Senderos en el jardín circular
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Germán Bandera. SENDEROS EN EL JARDÍN CIRCULAR. 1995. Óleo. 97x130 |
A veces, entre los infinitos senderos que surcan una página en blanco, un recuerdo se convierte en el hilo que nos sirve de guía. Es imposible
traducir al lenguaje verbal sensaciones y emociones pictóricas. Intentaremos
acercarnos dando rodeos, construyendo metáforas, pero sólo como un juego.
Porque la pintura seguirá ahí, más allá de la urdimbre tejida con palabras.
Olvidemos entonces el final, el paisaje después de la batalla, y hablemos de la
batalla, del proceso creador que se nos revela con toda su fuerza cuando una
persona ha sido tocada por el ansia de crear, esa venenosa planta trepadora que
se enrosca en nuestra vida y no deja de crecer por más que, en los momentos de
desesperación, deseáramos cortar sus raíces.
Germán Bandera. EL PORTICHUELO. (2002). Óleo. 41x100 |
Germán Bandera. HÉROE ENTRE RUINAS.. 1998.Óleo sobre lienzo. 190x190 cm. |
Un día, desde Salobreña, Germán me envió una carpeta de
viejo y descolorido cartón azul. Dentro había un puñado de folios que me dispuse a leer con curiosidad. No podían ser al fin y al
cabo, más que uno de sus particulares hilos de Ariadna: el hilo que nos conduce
a través de su proceso creativo, de los caminos
recorridos hasta llegar a ser quien es como artista y ser humano. Nada
de lo que yo escriba superará la riqueza de su reflexión, de ese hilo que,
desde 1986, cuando aún estudiaba en Sevilla, Germán creó con sus escritos. A
partir de ahí, sólo me quedaba la opción de redactar una modesta biografía, como un excusa para engarzar frases e ideas tomadas de
esos hermosos textos.
Bandera nació, creció y vive bajo la luz del
Mediterráneo, esa será su primera influencia, y el referente esencial en su
pintura: la luz del sol que invade
espacios y paisajes, que dibuja los contornos precisos de los objetos y
“les da solidez en la forma y densidad en el color”. Y el mar, “un mar de
silencio” como fondo de su “pintura callada”, la que no necesita de palabras
que la expliquen.
Vinieron los años de aprendizaje, la mirada
atrás, a sus maestros: Cezanne, Morandi, Klee... Junto a ellos, el arte asirio
o sus admirados pintores chinos. Influencias “aparentemente dispares”, y a las
que se suman nombres como Velázquez o los artistas del renacimiento italiano.
Los textos escritos en 1992, durante su breve pero fructífera estancia en Roma,
revelan ese proceso de estudio y asimilación del arte renacentista que tanto
enriquecerá su pintura. Beberá de sus maestros, pero eso sí, sin atragantarse,
“plantándoles cara”, dialogando con ellos; porque el artista, como ser humano,
está inmerso en las circunstancias que le ha tocado vivir, y debe responder a
las preguntas esenciales desde ese preciso momento. Sólo así es posible luchar
por la búsqueda de un nuevo lenguaje expresivo.
Para ello es necesario esquivar también otros obstáculos,
huir de fantasmas como el academicismo más temido, “el de uno mismo”, el que
conduce a la repetición de una fórmula con la que “quedar bien” y a instalarse
después cómodamente en ella. Hubiera sido fácil para alguien como Germán Bandera,
que conoce bien el oficio. Pero nada habría estado más lejos de su concepción
de la pintura como forma de conocimiento, como andadura y experiencia (nunca
experimento) vital. Admiramos la versatilidad de su pintura, pero no
dejamos de ver en ella una unidad, ajena a la simples etiquetas de figurativa o
abstracta. “Si asimilamos la pintura figurativa a la música tonal y la pintura
abstracta a la atonal, mi pintura se hallaría cercana a la música de Debussy,
de tonalidad débil, ambigua” – escribía en febrero de 1993–.
Germán
es, antes que nada, pintor, un creador que es feliz cuando pinta, cuando se
deja seducir por la ebriedad de la creación, ese instante en
el que, al convertir la materia en la forma exacta, jugamos a ser un dios infinito.
El momento mágico en el que “el pintor aplica una pincelada y, sobrecogido,
contempla cómo la obra comienza a latir, a no necesitarlo”. Después viene la
lucidez, la reflexión y la duda, porque esa criatura adquiere vida y alma
propias y puede entonces rebelarse contra su creador: quizás no es lo que él
quería, pero en esa contradicción radica la fuerza de una obra de arte, de una
pintura transida de vida, de un apropiarse de la realidad hasta llegar al fondo
de las cosas.
Un cuadro, para Germán, debe
expresarse a sí mismo, como un ser viviente con infinitas caras, con infinidad
de sentidos pero con un carácter. Y ha de ser a la vez un modo de aprehender el
mundo. En esto radica el sentido último de su pintura. “No quiero pintar cosas
–nos dice– (...) intento pintar una única cosa, el Todo. No trato de hacer
visible lo invisible, sino de hacer visible lo innombrable”. Ardua tarea que le
lleva a un continuo trabajo de depuración hasta llegar a la forma precisa,
donde no existan huecos ni fisuras entre las piezas ensambladas. Elevar la
tensión al máximo, en ese intento de “traducir lo tridimensional a lo
bidimensional”, sólo puede hacerse a costa de un cierto grado de dolor, un
“dolor estético”, distinto y nunca comparable al dolor espiritual de una persona.
Pues, en el momento en que creemos andar por el camino cierto, el dolor
desaparece, y es sustituido por el gozo de la creación.
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Germán Bandera. AMANTES (1994).Acrílico sobre madera |
Hoy en día el arte parece, por un
lado, destinado a una selecta minoría que impone sus gustos al vulgo ignorante,
al que es necesario explicar el significado de ciertos montajes y zarandajas.
Por otro lado proliferan los artesanos cuyo afán es realizar bellas fotografías
al óleo. Hace poco escuché una anécdota referida a un pintor que se jactaba
de haber pintado numerosas veces el mismo cuadro, porque su abundante clientela
así se lo demandaba. El panorama resulta tan frustrante que, Germán, al
comprobar cómo la gente se agolpa ante los cuadros realistas, mientras que
pasan de largo ante las obras menos figurativas, escribe en 1992: “Observando
que la mayoría de los espectadores no dan tiempo al cuadro para que se
exprese como se le da a la música o la poesía, me pregunto si no estaremos
condenados a pintar “papeles pintados” que cubran y decoren paredes”.
Y en el fondo de tantos laberintos,
el tiempo que crea y destruye. El hilo me lleva aquí hasta un cuadro, "Los senderos en el jardín circular". A menudo, cuando la rutina amenaza con gastar las miradas, me detengo a contemplarlo: los contornos de los cuerpos que descansan entre las suaves tonalidades azules y verdes. Algo me
atrae hacia ese cuadro, a su equilibrio, a esa seguridad o inquietud de lo
innombrable. Lo esencial es el instante sugerido, vivido o soñado. De ese
modo el tiempo penetra en la pintura.
Querida Carmen, ya me encantó este texto cuando lo leí, y ahora al releerlo me ha gustado aún más. Lo poco que conozco de la obra de Germán Bandera me parece una maravilla, gracias por traerlo aquí, un beso, Yaiza
ResponderEliminarMuchas gracias, Yaiza, y me alegro de que te guste. He modificado algunas cosas, pero me parecía que la obra de Germán debía estar aquí. Y espero que se promocione más y siga pintando.
ResponderEliminarCarmen, muchas gracias por mostrarnos a este artista. Es paisano mío y ni siquiera lo conocía. En los cuadros que has seleccionado veo la esencia de mi tierra. Gracias.
ResponderEliminarNo sabía que eras de Salobreña. Me alegro de que te haya gustado.
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