"El monstruo ama su laberinto", de Charles Simic
El monstruo ama su laberinto.
Cuadernos (Vaso Roto
Ediciones, 2015), de Charles Simic (Belgrado, 1938), es un conjunto de
anotaciones y reflexiones acerca de la vida, la literatura, la poesía, la
filosofía, el arte y la historia. Todo cabe en ese laberinto en el que las
ideas fluyen con libertad, sin someterse a las ataduras de los géneros: “Ciudades
laberínticas de la mente donde siempre me pierdo”, escribe Simic en uno de sus
aforismos.
Jordi Doce,
encargado de la traducción y la edición de El
monstruo ama su laberinto –publicado originalmente en 2008, aunque la
tercera sección ya había aparecido en 1990–, ha incluido además un apéndice con
tres poemas de Simic y, a modo de epílogo, Abreviando,
que es Simic (1996), un sugerente artículo de Seamus Heaney.
El monstruo ama su laberinto es una miscelánea, un libro que trata
de distintas materias, en apariencia inconexas y mezcladas, como ocurre en
nuestro pensamiento. Y las misceláneas, azotes de bibliotecarios, pertenecen a
esa categoría de “libros que se resisten a ser clasificados”.
Los monstruos
aman sus laberintos, pero disfrutan buscando la salida con hilos de palabras
que a veces se enredan, entorpecen el paso y les hacen regresar al lugar de
origen. En El monstruo ama su laberinto
se suceden aforismos, epigramas, breves relatos o pequeños poemas en prosa, como
“fotografías de un instante”. Se mezclan el ingenio y la poesía, el humor y la
reflexión: “Aspiro a crear una especie de no género hecho de ficción,
autobiografía, ensayo, poesía y, por supuesto, ¡chistes!”.
Así es Charles
Simic y eso es lo que nos atrae de él, esa manera de unir, de enlazar ideas e
imágenes; y ese sentido del humor, con el que es capaz de guiñarle el ojo a la
muerte, con respeto pero sin reverencias. Simic ha sabido crear una obra
original e inconfundible, en la que confluyen dos tradiciones poéticas, la
europea y la americana.
En El monstruo ama su laberinto se recogen algunos apuntes para las memorias Una mosca en la sopa (Vaso Roto, 2010). Aparecen recuerdos del Belgrado de la guerra y
de la posguerra: la historia del abuelo que se hace el muerto, o la del pequeño
Simic que se llenó de piojos por jugar con un casco alemán. Fue una anécdota
muy celebrada en la familia; pero mientras los mayores se reían, el niño
recordaba su aventura para hacerse con el casco: “Caminé de puntillas para no
despertar al muerto”.
Más adelante
Simic escribe: “Ahora comprendo que me hice mayor entre personas muy
ingeniosas. Sabían cómo contar historias y cómo reírse y eso marcó la
diferencia”.
Después vino
la huida hacia Estados Unidos, con una larga escala en París: “Todo en mi vida parecía
producto del azar, una serie de sucesos improbables, así que en mi caso la
ficción no era más extraña que la verdad”. En 1954, el adolescente Simic se
reencuentra con su padre, al que no veía desde hacía diez años; un padre
bastante especial y nada protector, capaz de gastarse el dinero del alquiler en
una cena:
Entonces me explicaba,
lenta y cuidadosamente, como si hablara con un débil mental, que uno nunca
debía preocuparse por el futuro. “Nunca seremos tan jóvenes como lo somos esta
noche –decía–. Si somos listos, mañana encontraremos la manera de pagar el
alquiler”.
En El monstruo ama su laberinto leemos agudas
reflexiones sobre política o historia: “Toda nación tiene miedo de la verdad de
lo que ha hecho a otras” o “En democracia, la tarea principal de una prensa
libre es encubrir el hecho de que unos pocos gobiernan el país”. Y junto a
demoledores aforismos como “El nacionalismo es amar el olor de nuestra mierda
colectiva”, encontramos motivos para recuperar la fe en el ser humano:
La compasión bondadosa
de un solo ser humano por otro en tiempos de odio y violencia masivos merece
más respeto que los sermones de todas las iglesias desde que el mundo es mundo.
Pero en El monstruo ama su laberinto destaca esa
sucesión de geniales fragmentos de la poética de Charles Simic: “Poema corto. Sé
breve y dínoslo todo”, “El poema que quiero escribir es un imposible. Una
piedra que flota”, “Quiero mostrar a los lectores que las cosas más familiares
que les rodean son ininteligibles”, “La
poesía es un modo de conocimiento, pero la mayor parte de la poesía nos dice lo
que ya sabemos”, “El alma graznándole al cuerpo que tiene los días contados. De
eso tratan la mayoría de las canciones de blues
y los poemas líricos”. En otra anotación escribe Simic:
“¿Qué es lo que quieren
los poetas en realidad?”, me preguntó una vez un profesor de filosofía, un tipo
listo. Era de noche y habíamos bebido mucho vino, así que dije lo primero que
se me ocurrió: “Quieren saber aquello que no puede decirse con palabras”.
En la poética
de Simic no puede faltar la filosofía: “El encuentro entre filosofía y poesía,
corderitos míos, no es una tragedia sino una comedia sublime”, “Identificar lo
que permanece intacto no afectado por el cambio, ha sido la tarea del filósofo.
El arte y la literatura, por el contrario, se deleitan con lo efímero: el olor
del pan, por ejemplo”.
Charles Simic
se refiere en algunas notas a otros poetas y amigos como Mark Strand o Vasko
Popa; y también menciona a Octavio Paz, a quien le une el interés por la
filosofía y una concepción de la poesía como la búsqueda de lo que Paz
denominaba la “otredad”, el recurso del ser humano “para ir más allá de sí
mismo, al encuentro de lo que es profunda y originalmente”. De este modo, nos
dice Simic: “Uno escribe porque ha sido tocado por el anhelo de, y la
desesperación de no poder, tocar al Otro”. Y es buscando a ese otro, haciendo
“audible la soledad humana”, como el poeta convierte su experiencia individual
en una experiencia universal:
¿Cómo es que ciertas
expresiones poéticas de nuestra subjetividad le parecen al lector meras
muestras de autocomplacencia o de sensiblería, mientras que otras igualmente
personales, adquieren resonancia universal? Puede que la respuesta sea que hay
dos clases de poetas: quienes le piden al lector que se regodee con ellos en un
mar de autocompasión y los que simplemente le recuerdan que está metido en el
mismo apuro en cuanto ser humano.
Publicado en Tendencias 21
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