"Diario de viaje a Italia", de Michel de Montaigne
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Monteriggioni. La Toscana |
No porque lo dijera Sócrates, sino porque en verdad es mi inclinación,
y acaso no sin algún exceso considero a todos los hombres compatriotas míos, y
abrazo a un polaco como a un francés, posponiendo el lazo nacional al universal
y común.
Michel de
Montaigne, La vanidad
El largo viaje de Montaigne por tierras de Alemania, Suiza e Italia duró
diecisiete meses y ocho días. Marchó de su castillo el 22 junio de 1580 y no regresó hasta el 30 de noviembre de 1581.
El lunes 5 de septiembre de 1580 Montaigne comenzó a llevar un diario en el que
anotaba los lugares por donde iba pasando y todo lo digno de ser recordado.
Esta “hermosa tarea”, aunque algo molesta, era el cometido de uno de los hombres
que lo acompañaban, un secretario encargado de escribir lo que le indicaba su
señor, unas veces al dictado, otras incluyendo detalles y expresiones que
consideraba del gusto de Montaigne.
A mediados de febrero de 1581, el secretario se despide y es Montaigne
quien prosigue con la tarea. Quizás más
tarde estas anotaciones le servirían para escribir algo nuevo, o para
introducir modificaciones en los Ensayos,
cuya primera edición se había publicado en 1580, con gran éxito de ventas y
mayor fama para su autor. El 13 de mayo de 1581, hallándose en la Toscana,
Montaigne se atreve a escribir sus notas en italiano: “Parlar un poco questa altra lingua”. Al fin y al cabo se trataba de
unos escritos privados, que no pensaba publicar.
Tras su muerte, en 1592, aquellos papeles se quedaron guardados en un
arcón y durante casi dos siglos, Michel
de Montaigne siguió siendo el autor de un admirable libro único: sus Ensayos.
Pero, tal como cuenta en su “Discurso preliminar” Meunier de Querlon –archivero
de la Biblioteca del Rey y primer editor del Diario–, en 1770 el abate Joseph Prunis, que estaba realizando unas
investigaciones para escribir la historia de la comarca del Périgord, llegó al castillo
de Montaigne, y pidió permiso al conde Charles Joseph de Ségur de la Roquete,
su propietario, para visitar los archivos. Le mostraron el arcón lleno de
viejos papeles y, al examinarnos, el abate encontró el manuscrito del Diario de viaje de Michel de Montaigne.
El abate Prunis había visto cumplido el sueño de todo investigador,
aunque, por desgracia, algunas partes de ese diario resultaban poco decorosas.
Si ya Montaigne en los Ensayos
hablaba con normalidad de ciertas cuestiones físicas, en estos papeles
describía de manera detallada los efectos que las aguas o los purgantes
ejercían sobre su aparato excretor. El abate pensó que el texto podría
publicarse sin esos fragmentos pero, por suerte, se enfrentó con la negativa
del conde de Ségur, quien además se encargó de buscar otro editor para la obra.
El manuscrito se depositó en la Biblioteca Real, y desapareció misteriosamente
después de la publicación, en 1774, del Journal
de voyage de Michel de Montaigne en Italie par la Suisse et l’Allemagne en 1580
et 1581. Menos mal que antes se habían hecho varias copias del original.
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Florencia: "Vimos la catedral, que es una iglesia
muy grande, y el campanario, totalmente
revestido de mármol blanco. Es una de las
cosas más bellas y suntuosas del mundo.
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Sé muy bien de qué huyo, pero no
qué busco
En su ensayo La vanidad,
Montaigne escribía: “A quienes me piden cuentas de mis viajes suelo
responderles que sé muy bien de qué huyo, pero no qué busco”. Y añadía:
Viajar me parece un ejercicio
provechoso. El alma se ejercita continuamente observando cosas desconocidas y
nuevas. Y no conozco mejor escuela para formar la vida, como he dicho a menudo,
que presentarle sin cesar la variedad de tantas vidas, fantasías y costumbres diferentes, y darle a
probar la tan perpetua variedad de formas de nuestra naturaleza. El cuerpo no
está ni ocioso ni agitado, y ese moderado movimiento lo pone en vilo. Aguanto a
caballo sin desmontar, enfermo de cólico como estoy, y sin aburrirme, ocho y
diez horas.
Italia era la cuna de la civilización y Roma el lugar que toda persona
cultivada debía conocer. Pero el largo viaje que Montaigne planificaba le
servía también para alejarse por un tiempo de su país, y olvidar los conflictos
religiosos que habían generado un ambiente de violencia en Francia. Quizás la
mejor excusa de Montaigne, que padecía de cálculos renales, era la de tomar las
aguas en famosos balnearios de Lorena, Suiza, Alemania e Italia. Empieza
visitando los baños de Plombiéres, en los confines de Lorena y Alemania, y
comenzamos a conocer las costumbres de aquellos lugares, así como las
dificultades que Montaigne padecía para expulsar los cálculos, cuyo tamaño o
aspecto serán descritos con todo detalle.
El placer de la variedad
Más tarde, también en el capítulo La
vanidad, incluido en el libro tercero de Los ensayos, escribirá Montaigne:
La diversidad de formas entre una
nación y otra sólo me afecta por el placer de la variedad. Cada costumbre tiene
su razón. Sean los platos de estaño, de madera, de tierra, hervido o asado,
manteca o aceite, de nuez o de oliva, caliente o frío, todo me da igual
El secretario describe minuciosamente las costumbres de cada lugar donde
se alojan. Si las casas
tienen cristales, si disponen o no de cortinas, cómo se sirve la comida, cómo se lavan los vasos y los platos, qué artilugios se utilizan, cómo se preparan las trufas… En Basilea “son muy sucios en el servicio de habitaciones, pues afortunado es quien puede disponer de una sábana blanca”. Son numerosas las alusiones a los abusos en los precios “un poco tiránico, como en todas las naciones, especialmente en la nuestra, para con los extranjeros”. Más adelante sabremos que Montaigne no ha encontrado en toda Italia un “barbero bueno para arreglarle la barba y el pelo”. Cuando se hallaban en Lindau, Suiza, el secretario anota:
tienen cristales, si disponen o no de cortinas, cómo se sirve la comida, cómo se lavan los vasos y los platos, qué artilugios se utilizan, cómo se preparan las trufas… En Basilea “son muy sucios en el servicio de habitaciones, pues afortunado es quien puede disponer de una sábana blanca”. Son numerosas las alusiones a los abusos en los precios “un poco tiránico, como en todas las naciones, especialmente en la nuestra, para con los extranjeros”. Más adelante sabremos que Montaigne no ha encontrado en toda Italia un “barbero bueno para arreglarle la barba y el pelo”. Cuando se hallaban en Lindau, Suiza, el secretario anota:
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Florencia. Iglesia de San Lorenzo: "Hay en esta iglesia varias pinturas al fresco y bellísimas estatuas, excelentes, obra de Miguel Ángel |
Ningún placer tiene sabor para mí
sin comunicación
Montaigne viajaba acompañado de cuatro jóvenes, entre ellos su hermano,
Bertrand de Mattecoulon, de apenas veinte años. Pero no resultaron los compañeros
ideales, aquellos que hubieran sentido el mismo gusto por el viaje y la misma
curiosidad:
Cuando se encuentre en Lucca, en el verano de 1581, Montaigne, con 48 años
cumplidos, escribe:
Entre todas estas cosas, gozaba de
un ánimo tranquilo, en la medida que lo permitían mi enfermedad y la vejez,
ofreciéndoseme poquísimas ocasiones de turbarlo. Sentía solo la ausencia de una
compañía que me fuera grata, viéndome forzado a disfrutar de estos bienes solo
y sin comunicación.
En La Vanidad Montaigne insiste
en esta misma idea:
Es una rara suerte, pero de alivio
inestimable, disponer de un hombre honesto, de entendimiento firme y de
costumbres acordes con las tuyas, a quien le agrade seguírtelo he echado mucho
de menos en todos mis viajes. Pero una compañía así, hay que haberla elegido y
logrado desde casa. Ningún placer tiene sabor para mí sin comunicación.
Viajando por Italia
Y así prosigue su viaje, visitando todo lo que desea conocer, como el lago
de Garda, en Riva, el lugar en el que siglos después situaría Kafka el relato
de El cazador Gracchus.
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Verona |
En Verona ve a los judíos, visita su sinagoga y “se interesa mucho por sus ceremonias”. Después viaja a Padua y Venecia:
Él decía que la había encontrado
distinta a como la había imaginado y un poco menos admirable; la vio y examinó
todas sus particularidades con extremada diligencia. La organización política,
el emplazamiento, el arsenal, la plaza de San Marcos y la abundancia de
extranjeros le parecieron las cosas más destacables.
Pero “no encontró esa famosa belleza que se atribuye a las damas de
Venecia”, como tampoco la va a encontrar en toda Italia. Se admira del número de
cortesanas y del lujo en el que viven, y que algunos nobles mantengan las
mantengan “a sus expensas, a la vista y conocimiento de todos”.
En Scarperia, en la Toscana, cuenta cómo los hospederos acechan a los
viajeros “siete u ocho leguas antes de su llegada”, así que Montaigne, “como
quería divertirse a costa de ellos, se dejaba entretener placenteramente con
las distintas ofertas que cada uno le hacía, y no hay nada que no os ofrezcan: Anche ragazze e ragazza (también
muchachas y muchachos).
Montaigne visita en Ferrara a Torcuato Tasso y es testigo de la locura del
poeta, pero nada de esto se anota en el Diario.
Acerca de Florencia escribe: “No sé por qué esta ciudad es considerada bella
por excelencia; lo es, pero sin superioridad alguna sobre Bolonia, y poca sobre
Ferrara, y está sin comparación posible por debajo de Venecia”.
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Siena: "Enfrente del palacio, en lo más alto de la plaza hay una fuente muy bella que, por varios caños, llena un gran recipiente del que todos sacan un agua muy buena" |
En Florencia admira las obras de Miguel Ángel en la iglesia de San Lorenzo, y la catedral: “una de las cosas más bellas y suntuosas del mundo”. Sin embargo los albergues en Florencia, “no tienen más que pequeños cuchitriles en los que hay miserables camastros con cortinas. Y en cuanto a las comidas “sólo se sirven en vajillas de barro pintado, bastante sucias”.
De Siena escribe: “Pertenece a la categoría de las ciudades más bellas de
Italia, pero no es de primer orden ni tiene el tamaño de Florencia” y admira su
catedral, y sobre todo la plaza redonda “de una hermosa grandeza”.
Por fin Montaigne entra Roma el 30 de noviembre y allí permanecerá casi
cinco meses, hasta el miércoles 19 de abril, día en que parte hacia el
santuario de Loreto, donde el 25 de abril ofrecerá un exvoto.
Soportar humanamente los males
Después de pasar de nuevo por Florencia, se dirigirá a los Baños de la
Villa, a 23 kilómetros al norte de Lucca. Describe detalladamente el balneario, y sus artilugios como “cierto sumidero que ellos llaman la doccia, que son unos tubos por los cuales se recibe el agua
caliente en diversas partes del cuerpo y especialmente en la cabeza, por
chorros que caen sobre vosotros sin cesar”.
El malestar que le produce tomar un purgante con dolores de vientre y
ventosidades que le atormentan “casi
veinticuatro horas”, le llevan a preferir un cólico a una purga:
El agua se encaminó más hacia el
trasero, y me obligó a hacer varias deposiciones flojas y claras, sin esfuerzo
alguno. Supongo que me hizo mal tomar esa pulpa purgante, pues el agua,
encontrando la naturaleza encaminada e impulsada hacia el trasero, siguió ese
camino, cuando yo, a causa de mis riñones, hubiese preferido que saliera por
delante.
Pero en mitad de todos esos males físicos otro mal le sobreviene, la
añoranza del que fuera su gran amigo: “Esa misma mañana, escribiendo al señor
de Ossat, caí en el recuerdo tan penoso del señor de La Boétie, y estuve tanto
tiempo sin poder apartarlo de mi mente, que me produjo un gran dolor”.
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Florencia. Santa María de Novella: "Hacia el 23 se
celebró la carrera de carruajes, en una plaza grande
y hermosa, rodeada de bellas casas por todas partes, cuadrada,
más larga que ancha". |
Regresa a los Baños de la Villa y a sus cólicos, que no dejan de
atormentarle. El 24 de julio expulsa una piedra:
Entonces, no sin molestia y sangre,
tanto antes como después, la expulsé, grande y larga como un piñón, pero en un
extremo gruesa como un haba, teniendo, a decir verdad, la forma exacta, exacta,
de un cipote (cazzo). Tuve gran
suerte de poder echarla fuera. No he echado jamás una que tuviera el tamaño de
esta.
El dolor, o el miedo a la muerte no pueden impedirnos disfrutar de la
vida. Vivir con moderación y soportar estoicamente los males eran los ideales
de vida del señor de Montaigne:
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Diario de viaje a Italia (Cátedra, 2010)
Las citas de La vanidad pertenecen
a la edición de Los ensayos
de Acantilado (2007)
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El 1 de octubre está de vuelta en Roma, desde donde, el día 15, partirá
hacia Burdeos para ocupar el cargo de Gobernador; regresa a su tierra y a su
lengua, el francés: “Cuando más me acercaba a mi casa, tanto más largo se me
hacía el camino”.
Montaigne en Roma (Diario de viaje a Italia, y II)
Carmen, te veo tan fascinada con Montaigne que no voy a tener más remedio que empezar a leerlo.
ResponderEliminarTienes que leerlo. Sé que te encantará.
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