"Preferiría ser amada", una antología de Emily Dickinson
Leer
a Emily Dickinson es sumergirse en un mar que remite a otro mar y este a otro,
y nunca se alcanza a ver la tierra, como en la metáfora que ella usó alguna vez
para describir la eternidad. Emily Dickinson pertenece a ese reducido grupo de elegidos
capaces de remover los cimientos de la tradición y crear un lenguaje nuevo y
único con el que acercarnos a la enigmática esencia del ser humano.
En
esta lectura de un clásico, que no se acaba nunca, se ha publicado la antología
Preferiría ser amada (Nórdica, 2018),
que contiene pequeñas, pero intensas dosis de Emily Dickinson: un total de
trece cartas, seis poemas y cinco de los llamados envelope poems (poemas de sobre). La selección ha estado a cargo de
Juan Marqués y la traducción es del poeta Abraham Gragera.
Las
ilustraciones de Elia Mervi recrean la misteriosa atmósfera de los textos,
integrando en sus dibujos los objetos en los que Emily Dickinson escribió los envelope poems, ya que, por primera vez,
se edita en España un libro que recoge las reproducciones de esas obras, en las
que no se puede disociar la forma del mensaje. Con estos ingredientes Preferiría ser amada se convierte en una
hermosa edición, a modo de álbum, para disfrutar de las palabras y las
imágenes.
Emily
Dickinson (Amherst, 1830-1886) escribió alrededor de mil ochocientos poemas. A
partir de 1858 comenzó a pasar a limpio y a encuadernar una obra cuyo primer
destino iba a ser un cajón. En 1890, a los cuatro años de la muerte de la poeta,
salió a la luz parte del tesoro escondido, que desde entonces no ha dejado de
asombrar a lectores y de plantear dificultades a investigadores, traductores y críticos.
La
cuestión se complica si tenemos en cuenta que, con los años, Emily Dickinson
abandonó la costumbre de ordenar meticulosamente sus poemas, y que algunos de
estos se incluían en cartas que dirigía a su familia y a sus amigos más
queridos.
Por
si esto no bastara, la poeta escribió borradores y poemas en sobres usados y otros
papeles de desecho. El papel no resultaba tan barato como ahora y, aunque la
familia Dickinson era acomodada, no se podía ir tirando un bien tan preciado;
ahorrar y reutilizar eran signos de una buena economía doméstica.
De
modo que Emily Dickinson abría cuidadosamente las cartas que recibía. En
algunos casos, despegaba el sobre, lo extendía y escribía a lápiz en la parte
de atrás, donde no había direcciones ni matasellos. Allí nacieron versos como “Una
gran esperanza cayó/ No escuchaste ningún ruido…”, o “Sobre esta concreta
almohada/ Aletearon nuestros planes –/ La tremenda mañana de la Noche”.
Pero también escribía en el interior de las solapas; eran textos más breves como el
poema de sobre 252, que se ajusta al tamaño y la forma del papel:
![]() |
"In this short life", Amherst Manuscript nº 252 |
En esta breve Vida
No más larga que una
hora
Cuánto –cuán poco–
Nuestro poder atesora
Al
contemplar las imágenes de los envelope
poems parece como si la caligrafía, las palabras y la dirección del texto
crearan un significado nuevo. Y así, aquellos papeles que la poeta guardaba en
el bolsillo de su vestido blanco, por si en algún momento debía hacer alguna
anotación, se convirtieron en objetos artísticos. Lo que ella pretendiera conseguir
con esto continúa siendo un misterio.
“Mi
vida ha sido demasiado sencilla y estricta como para avergonzar a nadie”,
escribía Emily Dickinson en una carta de 1869, dirigida al escritor T. W.
Higginson. Se ha especulado mucho acerca de la vida de la poeta, que apenas
salió de Amherst, y que acabó
recluyéndose en el hogar familiar y en su “blanca elección”. Pero aquel
microcosmos se hallaba tan habitado que pocos estudiosos se han resistido a dar
su versión acerca de los datos biográficos.
Más
allá de las especulaciones, lo único cierto es el legado de la poeta, sus
poemas y cartas. Con ello podemos estarle agradecidos y extender ese agradecimiento
a Lavinia Dickinson, su hermana, que decidió mostrar aquel tesoro, para lo que
buscó la ayuda de Mabel L. Todd, amiga de la familia, y del señor Thomas W. Higginson,
con quien Emily mantuvo correspondencia hasta su muerte.
Si
ha habido momentos estelares en la historia de la literatura universal, uno de
ellos tuvo lugar, sin duda, el 15 de abril de 1862, cuando Emily Dickinson
envió a Higginson una carta con poemas, para que este le confirmara si su
“Verso” estaba “vivo”. Emily le pide a Higginson que sea su “preceptor”, su “maestro”,
aunque, de manera juguetona, rechazaba consejos como el de prescindir de
extrañas rimas: “–Agradecí la justicia– pero no pude abandonar las Campanillas
cuyo tintineo hacía más llevadera mi marcha”.
Higginson
quedó impresionado por la obra Emily Dickinson, a quien visitará solo en dos
ocasiones. Acerca de la primera, en 1870, contará sus impresiones a su mujer y
transcribirá algunas de las memorables frases que la poeta le dijo.
En
Preferiría ser amada se reproduce la
respuesta de Higginson a la carta de 1869, que comenzaba así: “Una carta se me
antoja siempre parecida a la inmortalidad, porque la mente está sola, sin
compañero corpóreo”. Ante algo tan asombroso, Higginson responde: “A veces saco
sus cartas y versos, querida amiga, y cuando siento su extraño poder no es de
extrañar que me cueste escribir y me pase así muchos meses”. Y continúa
diciéndole:
Me resulta difícil
entender cómo puede vivir tan sola, con pensamientos de semejante calibre y sin
la compañía siquiera de su perro. Pero en cualquier parte, atreverse a pensar
más allá de lo convencional o tener iluminaciones como las que le vienen a
usted llevaría al aislamiento, de modo que quizá el lugar no sea tan
determinante
La
cartas de Emily Dickinson llegan a ser tan intensas que parecen poemas en prosa
en los que a una anécdota le sigue una elipsis, un enigma, algo que no se dice
pero que late en las palabras y sus silencios. Como sucede con Kafka, Emily
Dickinson escribe una carta con la misma pasión y voluntad de estilo con la que
escribía un poema. Parafraseando las palabras de la propia poeta, diríamos que
sus cartas “respiran”.
Así,
en 1852, Emily Dickinson le escribía a Susan Gilbert, que después sería su
cuñada: “Cuando pienso en aquellos a quienes amo, la razón me abandona y a
veces temo que tenga que llegarme a uno de esos hospitales para locos rematados
y hacerme encadenar para no lastimarte”. Y, más adelante, le describe la visita
a una amiga: “El tiempo se llenó de tal
manera que cuando se echó el pestillo y la puerta de roble se cerró me di
cuenta como nunca antes de cuántas cosas queridas cabían en una única casa de campo”.
Al
igual que en la vida, no falta el humor, como en una carta a John Graves. Todos
se han ido a la Iglesia, pero Emily escucha los himnos desde la hierba: “Tres o
cuatro Gallinas se han venido conmigo y aquí estamos, sentadas, todas juntas, y
mientras ellas cacarean y murmuran voy a decirte qué es lo que veo hoy, y qué
me gustaría que vieras”. Y ve la alegría de abril, pero también los “rasgos más tristes”, restos de insectos y aves
que ya no están:
Dichoso pensamiento el
de creer que podemos ser Eternos –cuando el aire y la tierra están repletos de
vidas que han pasado –y acabado– ¡y qué presuntuosa, en verdad, esta promesa de
Resurrección!
Dos
años antes de morir, y tras haber sufrido grandes pérdidas, Emily escribía a
Marthe Gilbert: “Tratar de hablar de lo que ha sido sería imposible. El Abismo
carece de Biógrafo”.
De
este modo nos acercamos al final, y a una carta de 1885 –dirigida a las primas
Norcross– que concluye así: “Saber que somos temporalmente eternos es
reconfortante, aunque nada más sepamos”. En esta carta menciona una novela de
misterio, Called Back, un relato
“perturbador”. Y esas serán sus últimas palabras, escritas en una nota para sus
primas: “Primitas,/ Me reclaman”.
En
la carta 185, cuya destinataria era la Sra. de J. G. Holland, Emily Dickinson
escribía: “Y ámeme si quiere, pues antes preferiría ser amada que proclamada un
rey en la tierra, o un señor en el Cielo”. Esta carta no se recoge en Preferiría ser amada, pero se nos
compensa, con creces, al incluir la 354 –dirigida también a la señora Holland–,
por su hermosísimo poema final y por esas sentencias que se nos quedan grabadas, que nos inquietan
y nos dan consuelo. Frases como: “La vida es el secreto más delicado/ mientras
ella dure, nuestro deber es susurrar”, nos han llevado a amar para siempre a
Emily Dickinson y a que su poesía viva a nuestro lado como algo familiar y
querido.
Publicado en Tendencias 21
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