Chéjov. Dos biografías y un viaje literario
En una carta a Milena Jensenská, Franz Kafka escribía: “Me gusta mucho Chéjov, a veces locamente”[1]. Creo que a Antón Chéjov le hubiera gustado esta frase. No se puede expresar de una manera más sencilla, sin que sobre ninguna palabra, la admiración que despierta Chéjov en sus lectores. Alguna vez creé el Club de la Materia Kafkiana, del que formaban parte “todos aquellos que hubiesen escrito algo sobre Kafka, real o ficticio, con amor verdadero y no por tediosa erudición”. Pues bien, del mismo modo podría crearse el Club de la Materia Chejoviana, al que pertenecerían, como miembros de honor, Irene Nemirovski, Natalia Ginzburg y Janet Malcolm.
Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942) escribió una biografía Chéjov. A principios de 1942, pudo revisar las pruebas de este libro, que no llegaría a ver publicado. En julio de 1942 fue deportada a Auschwitz, donde murió de tifus el 17 de agosto. La Vie de Tchekhov[2] se editó en octubre de 1946. En sus páginas parece como si sobrevolara el alma inaprensible de Chéjov, como si él mismo fuera un personaje chejoviano, inmerso en la realidad rusa que Némirovski podía recordar de su infancia. Había nacido un año antes de la muerte de Chéjov, y abandonó Rusia en 1917.
Reading Chekhov: A Critical Journey (2001)[4] es la historia del viaje literario que en 1999 emprende la escritora y periodista estadounidense Janet Malcolm –Jana Wienerová–, nacida en Praga en 1934, desde donde emigró con su familia en 1939, ante el peligro que suponía la ocupación nazi. “Siempre he encontrado la literatura de viajes algo aburrida (…): el viaje en sí mismo es una discreta experiencia emocional, un acontecimiento intrascendente en comparación con la vida diaria”, escribe Malcolm. Sin embargo, Leyendo a Chéjov, nos adentra en la vida y la obra de Chéjov, mientras viajamos a Moscú, San Petersburgo y Yalta, donde Chejov vivió sus años finales, y donde se desarrolla la primera parte de La dama del perrito. Y visitamos en Mélijovo la réplica de la casa de campo que Chéjov, en pleno éxito literario, compró en 1892. La casa original fue demolida en la década de los veinte, y la que ahora puede visitarse se construyó en los años cuarenta.
De Taganrog a Moscú
El 17 de enero de 1860 nace Chéjov en Taganrog –una pequeña ciudad del sur de Rusia, junto al mar Azov-, que había ido perdiendo su antiguo prestigio como centro de actividades comerciales. Tenía dos hermanos mayores, Alexander y Nikolai. Después nacerían Iván, María y Mijaíl. Una numerosa familia que el padre gobernaba a golpe de látigo y de estrictas prácticas religiosas. Toda su infancia gira en torno a la tienda del padre, un almacén donde se vendía de todo y que se transformaba a ciertas horas en una taberna.
En Vida de Chéjov, escribe Némirovsky: “Antón había nacido alegre, vivo, burlón; no podía ser completamente feliz; por instinto amaba la gracia, el buen humor, la cortesía, cuando todo a su alrededor era grosero y duro”.
Con quince años, mientras pasaba unos días en casa de unos amigos en la estepa, enfermó de peritonitis y estuvo a punto de morir. Los cuidados de un médico en Taganrog lo salvaron, y también despertaron en él su vocación por la medicina. Esa enfermedad le dejó secuelas, como unas hemorroides, que le atormentarán toda su vida y que aparecerán a menudo en su correspondencia.
Con diecinueve años Chéjov llega a Moscú para estudiar medicina y se encuentra a la familia viviendo en una situación miserable, lo que no impedía que sus hermanos mayores y su padre se pusieran ebrios a menudo. Fueron numerosos los traslados de vivienda. Chéjov, que empezó a ganar dinero escribiendo relatos cortos de humor, escribía rodeado de gente, de charlas familiares, de risas.
Chéjov no se separaba de su familia: “Estaba habituado a ellos como a un chichón en la frente, decía, o a un equipaje. Pero el equipaje salía caro. Había que escribir para alimentar a toda esa gente”, leemos en la biografía de Némirovsky.
Como señala Malcolm, Chéjov no escribió acerca de sus padecimientos infantiles, pero en algunos de sus relatos aparecen pasajes llenos de brutalidad, en los que niños y mujeres son golpeados. En 1894 le escribe a su editor y amigo Alekséi Suvorin: “Adquirí mi fe en el progreso cuando era niño; no podía dejar de creer en él, porque la diferencia entre el período en que me daban palizas y el período en que dejaron de hacerlo era enorme”.
Aunque no era un escritor confesional, Janet Malcolm encuentra una “forma velada de autobiografía en el relato Kashtanka (1887), cuya protagonista es una perra hambrienta, que prefiere regresar con sus antiguos dueños que la querían, pero también la maltrataban.
Las tres escritoras hablan del primer cuento largo de Chéjov La estepa (1887-88). Para Natalia Guinzburg “se trata de un relato memorable: la estepa vista por un niño”. Malcolm se detiene en los logros estéticos y en la novedosa estructura del relato, mientras que Nemirovski escribe: “Los campesinos ucranianos, los bueyes, los buitres, las cabañas blancas, los pequeños ríos del sur, todo lo que Antón ha conocido y amado se encuentra en este relato”.
Todo era mezquino, estrecho, saturado de mediocridad
Irène Némirovsky hace hincapié en la sociedad rusa en la que transcurre la vida de Chéjov: “Todo era mezquino, estrecho, saturado de mediocridad”. Los siervos habían sido emancipados, pero, a diferencia de Tolstói, Chéjov no idealizará al pueblo: “Corre en mí la sangre del mujik; las virtudes del mujik no me sorprenden”. El abuelo de Chéjov había nacido siervo, pero había ahorrado y había pagado su libertad y la de su familia, antes de la liberación de los siervos en 1861.
Para Chéjov, la intelliguentsia
se equivocaba; los mujiks no eran santos que guardaban la esencia del pueblo
ruso. Los personajes del relato Campesinos necesitaban no solo libertad
sino bienestar para tener una vida digna. Por otra parte, a Chéjov le agradaba
la nobleza terrateniente empobrecida, que mantenía su dignidad y estaban llenos
de buenas intenciones, pero que sucumbían a la melancolía y a la debilidad.
Con El pabellón nº 6 (1892) Chéjov superará la influencia de Tolstói. Sobre este relato escribe Némirovsky: “El pabellón nº 6 ha contribuido grandemente a la popularidad de Chéjov en Rusia. A causa de ella, la URSS lo reivindica como propio y afirma que, de haber vivido, hubiera pertenecido al Partido. La gloria póstuma tiene estas sorpresas”.
Una puerta que se entreabre un instante
“Sólo
soy capaz de escribir de memoria, nunca escribo directamente de la vida
observada. Debo dejar que el tema se filtre a través de la memoria, hasta que
sólo quede en el filtro lo importante y pintoresco”, nos dice Chéjov.
Para Irene Némirovsky, Chéjov reunía todas las cualidades para escribir un buen relato: el don del humor, el pudor (no hablar de sí mismo, como el novelista) y la economía de medios. “Un cuento es una puerta que se entreabre un instante sobre una casa desconocida, para cerrarse en el acto”.
Natalia
Ginzburg señalaba que Chéjov escribía teniendo en cuenta dos cosas: “la
necesidad de ser breve y no superar nunca el número de líneas del encargo, y
las imposiciones de la censura”. En sus relatos se enlazaban la piedad y la
comicidad:
Chéjov
ya tenía una forma extraordinaria de introducirse en una historia, una forma
brusca y ligera, fulminante e imperiosa, como si de pronto alguien abriera de
par en par una puerta o una ventana para ofrecer al lector los rasgos de una
figura humana o de un grupo de figuras humanas, permitirle escuchar el sonido
de sus voces, intuir sus estados de ánimo, el servilismo o la afectación, la
paciencia o la prepotencia, y a continuación, cerrara esa puerta o esa ventana
ante el lector absorto, divertido y estupefacto.
Mientras
que los personajes de Chéjov hablan y opinan incesantemente, Chéjov no nunca hacía
comentarios, ni juicios. Janet Malcolm recoge estas famosas palabras que Chéjov
escribe en una carta a Suvorin:
El
artista no debe convertirse en juez de sus personajes y de lo que dicen; su
única tarea consiste en ser un testigo imparcial. (…) Las conclusiones debe
sacarlas el jurado, esto es, los lectores. Mi única tarea consiste en tener el
talento suficiente para saber distinguir un testimonio importante de otro que
no lo es, para presentar a mis personajes bajo una luz apropiada y hacer que
hablen con su propia voz.
Los
relatos de Chéjov se han descrito como “modestos, delicados, grises”, sin
embargo, para Janet Malcolm:
En
realidad, son salvajes y extraños, arcaicos y de colores brillantes. Pero ese
carácter salvaje y extraño, ese arcaísmo y esos colores brillantes, están
ocultos, como también su complejidad y dificultad.
Janet
Malcolm señala que, debido a la educación religiosa impuesta por el padre,
Chéjov conocía perfectamente la narrativa bíblica, de la que supo extraer lo
mejor para sus relatos: “brevedad, densidad, rebeldía”. Por otra parte, no sólo
recibió la influencia de Tolstoi, sino de Dostoievski, a pesar de que Chéjov manifestara
que no le atraía mucho su obra. Para Malcolm, Chéjov “tiene tanta habilidad
para presentar esa ilusión de realismo y ocultar las huellas de su surrealismo
que sigue siendo el más incomprendido —así como el más querido— de los genios
rusos del siglo XIX”.
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Chéjov en Mélijovo (1897) Fuente: Wikipedia |
Vivo en el fondo solo
Acerca de Chéjov, escribió Máximo Gorki: “En presencia de Antón Pávlovich todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos”.
Entre los años 1886 y 1889 se produjo un cambio en la vida y la obra de Chéjov. Para Némirovski, en realidad seguía siendo el mismo, solo que había aprendido a conocerse:
Las cualidades de Chéjov hombre, su modestia, su probidad, su sencillez, su continuo esfuerzo por disciplinarse, por afinarse, por amar a su prójimo, por soportar una enfermedad y las preocupaciones, por esperar la muerte con dignidad y sin miedo, se reflejan en la obra de Chéjov escritor. El que tristemente afirmaba que la vida no tiene sentido, ha logrado dar a la suya un significado muy bello y muy profundo.
Al igual que Kafka, Chejov parecía como si estuviera protegido por “un cristal inalterable”. En un cuaderno personal escribe: “Vivo en el fondo solo; tan solo como lo estaré cuando yazga acostado en la tumba”. “Era tan secreto, tan cerrado, tan pudoroso que, a su alrededor las mujeres sentían que estaban en terreno resbaladizo, lleno de emboscadas. Todos sus héroes o aman a medias o no aman, y Chéjov se les parecía en algo”, leemos en la biografía de Irène Nemirovsky.
Como señala Natalia Ginzburg, “en los cuentos de Chéjov, nunca aparecen la felicidad en los matrimonios ni la armonía familiar”. Sin embargo, en su vida, Chéjov consideraba el amor romántico como algo fundamental en el matrimonio. En 1898 le escribe a su hermano Mijaíl: “Lo más importante en la vida familiar es el amor, la atracción sexual, el hecho de ser una sola carne; todo lo demás es aburrido e incierto, por mucha que sea la sutileza de nuestros cálculos”.
En mayo de 1901 acabó contrayendo matrimonio, en secreto, con la actriz Olga Knipper La pareja pasó gran parte del tiempo separada, ya que ella seguía en Moscú con su trabajo, mientras que Chéjov, debido a su enfermedad, debía permanecer en Yalta.
Souvorin, Tolstoi, Gorki
Chéjov mantuvo una gran amistad con Alexei
Souvorin, editor y dueño del periódico Tiempo
Nuevo, a pesar de que los
dos mantenían posiciones políticas opuestas, pues Chéjov, no compartía los
planteamientos reaccionarios y antisemitas de Tiempo Nuevo. Resultaba
una amistad extraña; aunque, al parecer, en privado Souvorin se mostraba más
liberal. Pero el caso Dreyfus terminó por separarlos. Chéjov se mostró
partidario de Dreyfus. Cuando Zola publicó su carta abierta J’accuse. Chéjov
escribió a Souvorin: “Zola es un alma noble”.
“Concluyó así la larga amistad nacida entre dos personas profundamente distintas. Suvorin era, sin duda, un cínico y un bribón, pero había comprendido a Chéjov y lo había querido sinceramente”, escribe Natalia Ginzburg. Para Janet Malcom, Souvorin era como el padre que a Chéjov le hubiera gustado tener.
Chéjov también entabló amistad con el gran maestro Tolstói y con el joven escritor Máximo Gorki. Tolstói admiraba los cuentos de Chéjov, pero no su teatro: “Como ya sabrá, detesto a Shakespeare, pero las comedias que usted escribe son todavía peores”, le dijo en una ocasión. También decía de Chéjov: “Es un hombre de gran talento, de buen corazón, pero hasta ahora no me parece que tenga un punto de vista bien definido sobre la vida”.
Para Chéjov Tolstói era un ser “casi perfecto”. Cuando en 1900, Tolstói cayó muy enfermo, le escribió a su amigo Ménshikov:
Si llegara a morirse, dejaría un gran vacío en mi vida… Nunca he querido tanto a nadie como a él… Yo no soy creyente, pero de todos los credos, el suyo es el que siento más cercano, más adecuado a mí. Además, mientras en la literatura exista un Tolstói, ser escritor resulta sencillo y hermoso… Sin él, los escritores serían un rebaño sin pastor o una ciénaga horrible en la que sería difícil orientarse.
Es bien conocido el comentario que Tolstói le hizo a Gorki acerca de Chéjov: “¡Ah, qué hombre entrañable, qué excelente! ¡Modesto y tranquilo como una jovencita! Y camina como una jovencita. Es prodigioso”. Por esa época, Tolstói escribió en su diario: “Me siento feliz de amar a Gorki y a Chéjov”.
La vida solo se concede una vez
Un día de 1883 Chéjov escupió sangre. Sólo tenía veintitrés años. ¿Significaba aquello la muerte? De este modo interpreta Irène Némirovsky su reacción:
Llamó en su ayuda a la pereza eslava que consiste en sentarse frente a la verdad, mirarla durante mucho tiempo fijamente, sin hacer ademán de huir, mirándola tan bien, que termine por perder su forma, por fundirse en una especie de bruma, deshacerse y desaparecer. No había pensado en cuidarse, en cambiar de vida. “He tenido una hemorragia –escribía a sus seres cercanos–, pero no era tuberculosis”.
Todavía le quedaban veinte años de vida intensa, en la que incluso haría un temerario viaje a la isla de Sajalín; pero esta historia merece un capítulo aparte. Lo cierto es que en todos esos años, la amenaza de una muerte prematura siempre estuvo ahí. "’La vida sólo se concede una vez’. Esa frase (o una variante) aparece relato tras relato y es pronunciada de forma tan serena y despreocupada que casi no paramos mientes en su horror”, escribe Janet Malcolm
En marzo de 1897, en Moscú, Souvorin invitó
a cenar a Chéjov. Nada más llegar al restaurante, Chéjov vomitó abundante
sangre. Comenzaba el proceso final de una enfermedad que acabaría con la muerte del
escritor en 1904. Una muerte que se convirtió en uno de los momentos estelares
de la literatura universal.
[1] KAFKA, Franz, Cartas a Milena. Traducción de J. R. Wilcock. Madrid, Alianza Editorial, 1974.
[2]NÉMIROVSKY, Irène, Vida de Chéjov. Traducción de Aníbal Díaz Gallinal. Buenos Arires, Losada, 2015.
[3] GINZBURG, Natalia, Antón Chéjov. Traducción de Celia Filipetto. Barcelona, Acantilado, 2006
[4]
MALCOLM, Janet, Leyendo a
Chéjov. Traducción de Víctor Gallego Ballestero. Barcelona, Alba, 2004.
Que bien el trabajo de relacionar las tres biografias. Como siempre, un placer leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias.
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