Westland Row: por la ruta de los Lotófagos (II)
(Episodio 5 de Ulises, II)
En el canto IX de la Odisea, Ulises le desvela su verdadera identidad a Alcínoo, rey de los Feacios, y comienza a contarle sus “lutos y congojas”, desde que partiera de la costa troyana. Los vientos llevaron sus naves hacia la tierra de los lotófagos, que solo se alimentaban de flores. Ulises eligió a dos amigos y a un heraldo para que investigaran lo que ocurría:
que se nutren de loto y que, en vez de tramarles la muerte,
les hicieron su fruto comer. El que de ellos probaba
su meloso dulzor, al instante perdía todo gusto
de volver y llegar con noticias al suelo paterno;
solo ansiaba quedarse entre aquellos lotófagos, dando
al olvido el regreso, y saciarse con flores de loto.
James Joyce terminó “Lotus-Eaters” (“Lotófagos”), el episodio cinco de Ulysses, en abril de 1918 y en julio apareció publicado en la Little Review. En el capítulo, Leopold Bloom inicia su odisea por las calles de Dublín dando rodeos, como si quisiera ocultar sus verdaderos propósitos; o como si estuviera pasando el tiempo a la espera de algo; en este caso, un entierro, el de su amigo Paddy Dignam.
Tras dejar atrás la funeraria Nichols, en Lombard Street East, Leopold Bloom cruza la esquina de la calle Pearse y se dirige hacia la estafeta de correos de Westland Row, situada en la acera izquierda, bajo el puente de ferrocarril. En la acera derecha, se detiene ante la Belfast and Oriental Tea Company. Es el momento en que, con la excusa del calor, aprovecha para quitarse el sombrero, aunque, en verdad solo quiere sacar una tarjeta misteriosa que, en el episodio cuatro, había ocultado en la badana.
El escaparate es el lugar perfecto para introducir el motivo de las flores, la pereza, la letargia y el sueño. Aparece una referencia al poema “The Sensitive Plant” de Shelley, y otra –“flores del ocio” (“Flowers of Idleness”)–, al primer libro de Lord Byron: Hours of Idleness. La mente de Bloom gira incansable. Piensa en alguien que lee flotando en el Mar Muerto y después intenta recordar el principio de Arquímedes.
Seguir leyendo en el blog: Un verano con James Joyce
Comentarios
Publicar un comentario