“James Joyce, Cartas (1900-1920)”, traducción de Diego Garrido
Gran parte de la obra de James Joyce es autobiográfica y existen bastantes claves que nos resultarían incomprensibles si no conociéramos algo de su vida y de los paisajes en los que esta transcurrió hasta 1904 cuando, con veintidós años, se marchó de Dublín hacia el Continente. Solo regresaría en tres ocasiones para pasar algunas semanas; y, después de 1912, ya no volvió más.
Muchas de las claves –no todas– para comprender mejor la obra de Joyce, se hallan en su correspondencia. Por ello resultaba extraño que, en la actualidad, no se dispusiese en español de las cartas casi completas de James Joyce, editadas en su día por Richard Ellmann. La publicación de James Joyce, Cartas (1900-1920) (Páginas de espuma, 2023) –con la cuidada edición y traducción del escritor Diego Garrido (Madrid, 1997)– no solo ha venido a llenar un inexplicable hueco en el mundo editorial español, sino que se ha convertido, hasta la fecha, en la edición más completa de las cartas de Joyce, ya que a lo largo de los últimos años han aparecido nuevas cartas que Diego Garrido ha podido publicar gracias a los responsables de la James Joyce’s Correspondence.
James Joyce, Cartas
(1900-1920), el primer
volumen de las cartas de Joyce, es una joya editorial, con rigurosas notas e
índices, con una acertada selección de fotografías y con unas hermosas
ilustraciones de Arturo Garrido.
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Ilustraciones de Arturo Garrido |
La correspondencia de Joyce durante estos veinte años es quizá la más interesante para los lectores, pues abarca la etapa de formación del escritor hasta la época de madurez en la que escribe gran parte de Ulises. El libro recopila no solo las cartas de Joyce, sino algunas de las que le remitieron a él. De ese modo se recogen las primeras cartas que recibe el joven Joyce: la felicitación de Ibsen a través de William Archer, su traductor, o la correspondencia con Yeats, Russell, Lady Gregory... Joyce va dándose a conocer en los ambientes literarios de Dublín donde adquirirá fama por su extraordinaria inteligencia y su soberbia.
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St. Peter Terrace |
Joyce regresó a Dublín en abril de 1903, tras recibir un telegrama de su padre: “Regresa, mamá se muere”. May Joyce vivirá hasta el 13 de agosto. Son meses en los que James parece no encontrar su camino, entre amistades que después lo traicionan y sonoras borracheras. Harto de la desastrosa vida en su casa, y después de que su padre vendiera el piano, James se marcha a vivir solo y alquila una habitación en Shelbourne Road.
En junio de 1904 Joyce conoció a Nora Barnacle, una muchacha de Galway que trabajaba en el hotel Finn. El 29 de agosto le escribe en una carta:
Mi casa ha sido un agujero de clase media arruinado por unos hábitos de despilfarro que yo he heredado. Mi madre fue lentamente asesinada por los malos tratos de mi padre, los muchos años de penuria y la cínica franqueza de mi conducta.
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La torre Martello de Sandicove |
El 10 de septiembre, desde
la Torre Martello de Sandicove, que había alquilado su amigo, y después enemigo,
Oliver St. John Gogarty, y donde Joyce se aloja durante seis días, le escribe a
Nora:
Hay algo diabólico en mí que me hace disfrutar destruyendo las ideas que los demás tienen sobre mi persona, demostrándoles que en realidad soy egoísta, orgulloso y desconsiderado.
Que Nora decidiese salir de Dublín con este joven, rumbo a lo desconocido, nos dice mucho del carácter poco convencional de esta mujer de veinte años, en una Irlanda tradicionalista y católica.
Después de algún contratiempo y una breve estancia en Pola, la pareja se instala en Trieste, donde Joyce dará clases de inglés en la escuela Berlitz. El 12 de julio de 1925, cuando Nora está a punto de dar a luz a Giorgio, su primer hijo, James, preocupado porque no la ve feliz, le escribe a su hermano Stanislaus:
Su conocimiento,
incluso de los asuntos más peregrinos es mínimo, y llora porque no puede hacer
las ropas del niño incluso después de que tía Josephine le enviase los patrones
y yo le comprara los materiales.
Y en la misma carta concluye: “Al fin y al cabo, solo Skeffington (un amigo de Dublín, pacifista y feminista) y tipos como él piensan que la mujer está a la altura del hombre.”
El 4 de diciembre de 1905 Joyce le escribe una carta a su querida tía Josephine, en la que trata sobre algunas cuestiones de su matrimonio:
Me atrevería a decir que soy una persona difícil de soportar para cualquier mujer, y no tengo intención de cambiar (…). Al mismo tiempo, no quiero emular las atrocidades del marido promedio, así que voy a esperar hasta verlo todo más claro.
Ni May Joyce ni Nora utilizaban signos de puntuación en sus cartas. Y James se burla de ello en una carta a Stanislaus, en la que Nora había escrito una breve nota: “¿Te has dado cuenta cómo ignoran las mujeres la puntuación y las mayúsculas cuando escriben?”. Años después James Joyce, que lo aprovechaba todo, escribió el episodio 18 de Ulises (“Penélope”) sin ningún signo de puntuación. Era la voz interior de Molly Bloom. Este recurso sería copiado y utilizado por la narrativa renovadora del siglo XX.
Stanislaus
Stanislaus es el gran corresponsal de su hermano James durante esa época: “Tu carta es muy aburrida” o “No te demores tanto en ejecutar mis solicitudes que me haces gastar mucha tinta”, son frases que encontraremos en las cartas de James dirigidas a su hermano. En una de ellas le dice que le va a dedicar Dublineses, pero después se olvidará de ello.
En sus cartas de 1904 y 1905, Stanislaus le cuenta a James anécdotas de la vida en Dublín. En octubre de 1905, cuando ya ha decidido marcharse a Trieste con su hermano, escribe: “Hoy he pillado a papi sobrio, y he aprovechado para preguntarle que dónde estaba buscando el dinero para mi billete. Me ha dicho que me vaya a buscarlo yo mismo al Infierno”.
En el verano de 1906, James Joyce se marchó a Roma para trabajar en un banco y Stanislaus se quedó en Trieste, dando clases de inglés. A menudo James le escribía a su hermano para pedirle dinero: “No quiero pegarte un sablazo, solo pedirte que me ayudes durante este mes: de lo contrario mi vida se va a poner muy fea”. A James le pagaban mensualmente, de modo que en la primera semana de mes ya se lo habían gastado todo. Solían comer en restaurantes sin importarles demasiado la cuenta. James se quejaba también de que trabajaba tanto en el banco que el pantalón se le había “roto por el culo”, y de que esa vida sedentaria le estaba provocando estreñimiento.
Pero también en esas cartas hallamos el origen del relato “Los muertos”, y de otra nueva historia de Dublineses, que se llamaría “Ulises”, y que trataría de un tal señor Hunter, un judío irlandés, que una vez encontró a James borracho, tirado en la calle, y lo ayudó a llegar a su casa. Que el Ulises había nacido en Roma formaría parte de la mitología personal de Joyce. En otra ocasión le escribe a su hermano acerca del Sinn Féin y el nacionalismo: “Si el programa irlandés no insiste en la lengua irlandesa, supongo que me puedo considerar un nacionalista. Así las cosas, me contento con considerarme un exiliado: y, proféticamente un repudiado”.
En febrero de 1907 la situación familiar en Roma resultaba ya insostenible: “Mi boca está llena de muelas cariadas y mi alma llena de ambiciones rotas”. Así que James, Nora y el pequeño Giorgio regresaron a Trieste, junto al sufrido Stanislaus.
1909. Los viajes de Joyce a Dublín: el Cinema Volta y las cartas sucias
Se conservan también algunas cartas de John Joyce, el padre de James, en las que se quejaba a su hijo de la situación económica familiar, que era la misma de siempre. Todavía en abril de 1907, con una exigua pensión (que él se encargaba de mermar, yéndose de tabernas el día de cobro), John tiene que mantener a cinco hijas y a un hijo. Él había sido un padre que lo había dado todo por sus hijos, argumenta, pero “cuando llegaron las adversidades y no pudo satisfacer todos sus deseos, fue despreciado, maltratado, humillado y desafiado”. En otra carta de abril de 1909 escribe:
Mi último chelín se esfumó en la cena del domingo y desde entonces estamos sin ninguna comida, carbón o luz, y no conozco ninguna maldita manera aquí en la Tierra de conseguir un penique, pues ya he sangrado a todos mis amigos. (…) Mi ropa también se cae a pedazos.
Cuando, en el verano de 1909, James Joyce viaja a Dublín con su hijo Giorgio, la familia reside en el número 44 de Fontenoy Street. El viaje da para bastante correspondencia. A Stanislaus le relata un encuentro con su antiguo amigo Gogarty. Este sabe que un día Joyce se vengará de él. Al parecer Gogarty (Buck Mulligan en Ulises) le dijo: “No me importa una mierda lo que digas de mí mientras sea literatura”. Otro amigo, Vincent Cosgrave, le insinuará a James que había tenido relaciones con Nora, lo que despierta en Joyce un terrible episodio de celos, y le lleva a escribir unas cartas brutales a Nora. En una de ellas le dice: “¡Qué harto estoy de Dublín! ¡qué harto, harto, harto! Es la ciudad del fracaso, del rencor y la infelicidad”. Pero, cuando la situación se va aclarando, Nora leerá en sus cartas frases como estas:
Recuerdas los tres adjetivos que usé en “Los muertos” para hablar de tu cuerpo. Eran “musical y extraño y perfumado”.
Los celos aún arden en
mi corazón. Tu amor por mí ha de ser feroz y violento. Solo así me harás
olvidar completamente.
En agosto Joyce viaja con Giorgio a Galway para para conocer a la madre de Nora y se queda una noche en su casa, en el número 4 de Bowling Green. Desde allí le escribe una postal a Nora, en la que le cuenta que le pidió a su madre que le cantase La muchacha de Aughrim, que aparece en el relato “Los muertos”.
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Fontenoy Street |
El 9 de septiembre Joyce abandona Dublín, pero regresará a finales de octubre, como empresario, para abrir el primer cine de Irlanda, el Cinema Volta. James Joyce volverá a quedarse durante unos meses en Fontenoy Street. El padre ingresó en el hospital y James tuvo que hacerse cargo de la casa, un hogar que había sido “obsequiado con un aviso de desahucio”.
Dublineses y el adiós a Irlanda
El 15 de octubre de 1905,
con 24 años, Joyce se había puesto en contacto con el editor inglés Grant
Richards para publicar Dublineses. Entre los argumentos que esgrimía,
utilizaba este que ya había usado un mes antes en una carta a su hermano
Stanislaus:
No creo que ningún escritor
haya presentado todavía Dublín al mundo. Ha sido capital europea durante miles
de años, es el segundo corazón del Imperio Británico y es casi tres veces mayor
que Venecia.
Pero Grant Richards irá poniendo objeciones para la publicación. El 5 de mayo de 1906, Joyce le escribe en una famosa carta:
Mi intención era escribir un capítulo en la historia moral de mi país, y escogí Dublín como escenario porque esa ciudad me parecía el centro mismo de su parálisis. (…) Lo he escrito en su mayor parte en un estilo de escrupulosa mezquindad y con la convicción de que aquel que se atreve a deformar lo que ha visto y oído es un cobarde. No puedo hacer más, no puedo alterar lo que he escrito.
En julio de 1912, con su hija Lucía, Nora viaja por primera vez a Irlanda para ver a la familia. Pasó dos días en Dublín y después se marchó a Galway. Joyce se había quedado en Trieste con su hijo Giorgio, aunque menos tiempo del que pensaba. Con su peculiar estilo, Nora se lo cuenta a su cuñada Eileen: “No dejará nunca de sorprenderme (…). Pero bueno por resumir apareció en Galway una noche de martes con Georgie todo el mundo aquí empezó a hablar de cómo es que corría así detrás de mí”.
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Galway. El número 4 de Bowling Green |
Espero que sigas tan rellenita. ¿Está limpia tu blusa lila apretadita y traviesa? Espero que te laves los dientes. Si no estás muy guapa te mandaré de vuelta a Galway.
(…) Me gustaría
enseñarte muchos sitios en Dublín que aparecen mencionados en mi libro. Ojalá
estuvieras aquí. (…) . Cuando volvamos a Trieste, ¿leerás si te doy libros?
Entonces podríamos hablar. Nadie te ama como yo lo hago y me encantaría leer a
muchos poetas y dramaturgos y novelistas contigo, y ser tu guía.
Joyce se doblegó a todo lo que Roberts, el editor, le exigía, incluso a cambiar el nombre de las tabernas que aparecían en los relatos; pero fue imposible, pues los impresores temían a la censura. De modo que, según James, los mil ejemplares de Dublineses que se habían imprimido se quemaron. Aunque, según la versión de Roberts, fueron guillotinados.
Al final será el editor Grant Richards quien publicará Dublineses el 15 de junio de 1914. Joyce contará en varias cartas la historia de este libro. En julio de 1917, le escribe a su agente James B. Pinker, que le había preguntado por qué había firmado un contrato tan desastroso con Grant Richard:
De Trieste a Zúrich. Amigos, mecenas y enemigos
El 15 de diciembre de 1913 Joyce había recibido la primera carta de Ezra Pound quien, en Londres, se había convertido en el secretario de Yeats. Pound le escribe a Joyce acerca de una nueva revista The Egoist, por si quiere publicar algo allí y que su nombre comience a sonar. Un año más tarde Joyce le escribe por primera vez a Harriet Shaw Weaver, la editora de The Egoist, que va a ser su mecenas durante muchos años.
Pero la situación histórica ha cambiado con el estallido de la Primera Guerra Mundial. A Stanislaus lo han recluido en un campo de prisioneros de guerra en la Baja Austria. El 16 de junio de 1915, James le envía una postal: “He escrito algo. El primer episodio de mi nueva novela, Ulises”.
Pronto entrarán en escena
las editoras de The Little Review, donde se publicará, por capítulos, gran
parte de Ulises. En la correspondencia de Joyce –sobre todo en la que
mantiene con Ezra Pound– asistiremos a la evolución de los distintos episodios
de Ulises.
La guerra acaba y Trieste ha dejado de pertenecer al Imperio austrohúngaro para formar parte de Italia. Stanislaus Joyce había podido regresar a Trieste, donde vivía con su hermana Eileen, el marido de esta y sus dos hijas. El 25 de mayo de 1919, Stanislaus le escribe a su hermano una carta bastante dura, en la que le pregunta cuándo piensa volver:
Hace unos ocho años tomé el piso por ti, me mudé y te pagué el primer alquiler. Ahora te he pagado el último. (…). Acabo de salir de cuatro años de hambre y miseria, y estoy tratando de volver a la normalidad. ¿Crees que podrás darme un respiro?
Por fin, en octubre de 1919, James Joyce dejó Zúrich y volvió con su familia a Trieste. Allí vivieron, como pudieron, en el piso de Eileen, aunque la situación era insostenible. La relación entre Stanislaus y James se había enfriado. El pintor Frank Budgen, a quien Joyce había conocido de Zúrich, se había convertido en el nuevo amigo, con el que podía desahogarse sobre la composición y evolución de Ulises. El 7 de noviembre, le escribe en una postal: “En cuanto a Ulises… como yo –varado”.
Pero pronto emprenderían un nuevo viaje. Ezra Pound convenció a Joyce para que se trasladara a París. Los Joyce llegaron el 8 de julio de 1920 para pasar, en principio, unas semanas. Lo que allí sucedió pertenece a la segunda parte de esta historia y a la historia de la gran Literatura Universal.
Yo no he leído El Ulises, pero sí he leído El Quijote por completo y me atrevería a decir que ni siquiera el 10% de los españoles lo han leído entero. Gracias, Carmen.
ResponderEliminarHe querido decir que no he leído El Ulises, cosa de la que no presumo sino que lamento, al igual que lamento que tantos españoles no hayan leído El Quijote aunque afirmen haberlo leído,
ResponderEliminarPues sí, es una pena. El Quijote es una delicia, pero mejor si va acompañado de notas que nos aclaren algunas cuestiones de la época. Y lo mismo sucede con Ulises. No se puede pretender que un lector medio, sin notas que lo ayuden pueda entender muchas cuestiones, pues se refieren a un país, a una ciudad, en un momento histórico, con personajes reales, con elementos autobiográficos. Pero una vez salvados esos obstáculos, los lectores podemos centrarnos en lo más importante: el valor literario y artístico de una obra, la manera de reflejar la condición humana
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